24 de agosto de 2011

Otros finales1: Cipriano, el negro


cuento
Para la Rosa, desde aquel ranchito santiagueño en medio del calor y el desierto, siempre sería Cipriano. El único recuerdo de ternura que atesoraría durante los viajes que vendrían. Esa vieja sin edad, amplia y morena, había sido madre, padre y hermana durante 14 años.
Cipriano siempre había dado trabajo. Pa’cá dije, desacatao. Te via surtir unbofe. Había que sacarlo derecho, que no fuera a terminar de vago. Pero Cipriano siempre inquieto, mirando con sus ojos inmensos hacia todos lados. ¡No mi revolié los ojo, mocoso!
Vuelta a correr: ¡A que no me atrapa, mami! Y la Rosa, para qué discutir con este chico, está imposible, es buenazo pero siempre soñando, inventando cosas raras, dondiandará ahorita, vayasaber.
Al llegar a Buenos Aires, comenzó a ser “el negro”, y ese mote sería su marca registrada para toda la vida. También lo llamarían “indio”, “moreno” y “morocho”. “Negro” le gustaba más, quizás porque en sus oídos tenía la sonoridad femenina de “mi negrito”.
Ni bien llegado a la capital, el negro se había embarcado. El mar lo llevó por todos los continentes: grandes ciudades cosmopolitas,  minúsculos poblados de pescadores, tribus de indígenas más negros que el propio Negro.
30 años más tarde, hace puerto en Buenos Aires una vez más. Un entrevero con un oficial y el clima se pone denso en el último buque. Mejor, volver a tierra por un tiempo. Camuflarse entre la gilada.
Mejor borrate, Cipriano, que tivametenproblema.

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