24 de agosto de 2011

Otros finales2: Un trabajo cerca del puerto


cuento
Y resulta que la gilada también tenía flor de quilombo. ¡Menos mal que no quería llamar la atención! Y bué, ahora ya estaba hecho. Mejor volver a la pensión, ¡cómo pesaba el cuerpo!
¿Cuándo me vas a pagar, morocho?, le había dicho la dueña apenas apareció en el vestíbulo. Cuando le pague, vieja, había respondido.
Estaba agotado y no quería perder el tiempo discutiendo con imbéciles. Que se vence el mes, que hay ruidos en su pieza, que vuelve a cualquier hora.
Hoy había sido un día largo y sólo podía hablar con Rac. Allí estaba esperándolo en la piecita, siempre dispuesto a escuchar.
Rac, hoy fue un día raro. Yo que me quería borrar, hasta que lo del oficial… no, las cosas no están bien. Ahora todos me vieron y me van a dar la cana. Rac, amigo de plumas azules. ¿Cuánto vivimos juntos, ya? Desde que te encontré en Marajó fuimos carne y uña, hermoso Rac. Perico te dice la vieja estúpida. No entiende tu belleza, ella también es tan gris como esos idiotas de la oficina. Me tiembla el cuerpo, Rac, me sudan las manos, el final está llegando, escucho las sirenas, alguien grita mi nombre, vamos a entrar, quédese quieto, entregate, negro. Nunca. Volemos al Amazonas, Rac. Volvamos a esa isla, a los bosques y los búfalos. El Pará nos espera, ¿los indios seguirán haciendo cacharros?
Vamos Rac, me piden que salga, que van a tirar la puerta, despliega tus alas, vamos a la ventana. Allí, en aquella dirección está Marajó, una noche pasé en sus playas la boca arriba con una morena. Volvamos a ella. Me llaman. No me dejes. Llevame. Crucemos las aguas, volemos muy alto. Mis brazos ya son livianas plumas azules, puedo elevarme, Rac, quieto o disparo y algo me quema un muslo, no importa, ahora mi cola emplumada es más liviana, la ventana ya está lejos y el aire me recibe liviano. Voy camino al Pará.

Otros finales1: Cipriano, el negro


cuento
Para la Rosa, desde aquel ranchito santiagueño en medio del calor y el desierto, siempre sería Cipriano. El único recuerdo de ternura que atesoraría durante los viajes que vendrían. Esa vieja sin edad, amplia y morena, había sido madre, padre y hermana durante 14 años.
Cipriano siempre había dado trabajo. Pa’cá dije, desacatao. Te via surtir unbofe. Había que sacarlo derecho, que no fuera a terminar de vago. Pero Cipriano siempre inquieto, mirando con sus ojos inmensos hacia todos lados. ¡No mi revolié los ojo, mocoso!
Vuelta a correr: ¡A que no me atrapa, mami! Y la Rosa, para qué discutir con este chico, está imposible, es buenazo pero siempre soñando, inventando cosas raras, dondiandará ahorita, vayasaber.
Al llegar a Buenos Aires, comenzó a ser “el negro”, y ese mote sería su marca registrada para toda la vida. También lo llamarían “indio”, “moreno” y “morocho”. “Negro” le gustaba más, quizás porque en sus oídos tenía la sonoridad femenina de “mi negrito”.
Ni bien llegado a la capital, el negro se había embarcado. El mar lo llevó por todos los continentes: grandes ciudades cosmopolitas,  minúsculos poblados de pescadores, tribus de indígenas más negros que el propio Negro.
30 años más tarde, hace puerto en Buenos Aires una vez más. Un entrevero con un oficial y el clima se pone denso en el último buque. Mejor, volver a tierra por un tiempo. Camuflarse entre la gilada.
Mejor borrate, Cipriano, que tivametenproblema.