30 de agosto de 2010

Sí, mi capitán


cuentos barrio
Bueno, ustedes tienen que entender que Aníbal no está muy bien. La mujer lo dejó medio piruchi. Sarita siempre fue un poquitín metida. Todo el tiempo le decía qué tenía que hacer y Anibalito hacía todo, todo lo que a ella se le ocurría. Un santo, pobrecito.

Si a ella se le ponía que quería cambiar todos los muebles de lugar, él iba, ¡pobre angelito!, y le corría el modular, los sillones, el piano, todo, todo para que ella estuviera contenta, la atendía como a una reina. Pero Sarita nunca estaba conforme. Siempre tenía alguna idea nueva.

Un día quiso correr de lugar el horno. Dicen que él trató de explicarle que eso no se podía, que tenía que hacerlo alguien que supiera... Pero Sarita era tremenda y se emperró. El dulce de Aníbal corrió el horno al patio del fondo, como ella quería. Claro, ahí ella se dio cuenta de que no tenían conexión para hacerlo andar, pero de porfiada nomás dijo que era lo mejor, que así no se le iba a llenar la casa de olor a comida y se consiguió la garrafa. Una garrafa de sifón, porque hay que reconocer que ella era bastante brutita. Nadie sabe cómo hacía, pero estuvo como una semana cocinando así. Yoli, la de enfrente, dice que era mentira, que se metía al cuartito del fondo y llamaba al delivery y se hacía la que había cocinado con la garrafa del drago. Yo no quiero hablar mal de los que ya no están, pero la verdad es un poco difícil creerle que se había mandado un pollo con papas a la naranja con ese engendro. Capaz que sí, no sé, era muy habilidosa Sarita.

El tema es que a los pocos días del asunto del horno, se le dio por redecorar el baño. Toda la noche lo tuvo a Aníbal pegando contact floreado sobre los azulejos. Decía que los azulejos ya no se usaban y que esto era moderno y recontra barato.

Al día siguiente cuando llegó del club
, Aníbal se encontró con el auto totalmente desarmado. Quería limpiarle el motor con cif, porque decía que él era un mugriento. Pero eso no fue lo que más le molestó, dicen, no sé. Le había retapizado la chevy con pedazos de jean. Viste que ella era re petiza entonces cuando los acortaba siempre le quedaban restos. Le pareció moderno, original.

Esa tarde escuchamos una discusión terrible. En realidad, la escuchamos gritar a ella, como de costumbre. Estaba enojadísima y decía que él era un croto y que no tenía idea de lo que era la elegancia. 

Silvia, la de al lado, estaba colgando la ropa y parece que vio todo, más bien un poco, porque medio que se tenía que esconder atrás de las sábanas para que no se avivaran de que los estaba pispeando. Estaban en el patio y en el medio de la discusión Sarita, dicen, dicen, se puso loca porque se le bajó la torta que estaba cocinando desde hacía dos horas y ahí nomás le tiró al marido con la garrafita, pensando que estaba vacía calculo yo. La cosa le rebotó en el brazo a Aníbal y le cayó en los pies a Sari, ¡pobrecita! El estruendo me hizo saltar de la silla. Él se lastimó un poco, por eso tiene esas marcas en las rodillas. Dice que se lo hizo en la fábrica, por culpa quizás, o capaz por dolor.

Yo no sé. Con mi Jorge ni un sí ni un no. Él está en la suya y yo en la mía, y eso sí, desde entonces y para evitar cualquier desavenencia le compramos al sodero. 

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